Desde el pasado 30 de julio, una oleada de violencia fascista ha recorrido las calles de Reino Unido. Mezquitas, locales comerciales, hoteles que sirven de asilo a personas migrantes y vecinos y vecinas han sufrido agresiones brutales por parte de grupos de matones de extrema derecha liderados, entre otros, por la Liga de Defensa Inglesa o el propio Nigel Farage.
En contraposición, la reacción de la juventud y la clase trabajadora de las ciudades y barrios golpeados ha sido ejemplar, rechazando las peticiones de la policía y el Gobierno laborista para quedarse en casa y cerrar las persianas. Frente a la complicidad del aparato estatal, del laborismo y de los partidos del sistema con estas agresiones y con un discurso racista institucionalizado, miles de antirracistas y antifascistas han llenado las calles y neutralizado a las bandas fascistas llenas de escoria blanca y lumpen.
Estos nuevos pogromos surgieron a raíz de un bulo alimentado por la extrema derecha tras el asesinato de tres niñas en Southport. A través de Telegram y redes sociales, agitadores y comunicadores fascistas se encargaron de difundir, de una forma tan falsa como deliberada, que el responsable había sido un joven solicitante de asilo. Si bien es cierto que este fue el detonante, es completamente erróneo señalar un bulo como la causa de que la extrema derecha tenga esta base social y cuente con tanta impunidad. Miles de fascistas no salen de debajo de las piedras a raíz de una noticia.
Necesitamos comprender y explicar qué bases materiales y políticas se dan en Reino Unido para este auge de la extrema derecha, en sus diferentes variantes, y cómo combatir esta amenaza real.
Empobrecimiento y polarización extrema
Hace apenas un mes el Partido Conservador sufría una derrota electoral histórica perdiendo 251 escaños y más de la mitad de los votos. De esta manera, el Partido Laborista, controlado con mano de hierro por el ala capitalista y derechista de Keir Starmer después de haber depurado las filas laboristas de cualquier elemento izquierdista, se convertía en la principal apuesta de la burguesía por intentar dar algo de estabilidad a la política nacional y asegurar la paz social.
Gran Bretaña ha vivido un auténtico terremoto bajo los gobiernos derechistas de los tories. Los recortes sin fin en sanidad o educación, el empobrecimiento creciente de amplios sectores de la población, la degradación de los barrios obreros, añadido al fracaso estrepitoso de un Bréxit dirigido por las fuerzas de la reacción nacionalista, han generado un hundimiento de los niveles de vida de las familias trabajadores sin precedentes. En Reino Unido uno de cada tres niños se encuentran en pobreza relativa y el acceso a la vivienda es menos asequible ahora que en cualquier momento en los últimos 147 años.
Este escenario provocó una explosión de la lucha de clases entre finales de 2022 y principios de 2023, con una oleada de huelgas combativas entre los empleados del sector público, de la sanidad, la educación, los trabajadores y trabajadoras del ferrocarril… que pudieron haber confluido en una huelga general victoriosa de no ser por la actitud cobarde y colaboracionista de la burocracia sindical al frente de las TUC.
De hecho, la radicalización de un amplio sector de la juventud y la clase obrera también se ha puesto de manifiesto en los avances de los candidatos a la izquierda del laborismo y en las impresionantes movilizaciones de masas contra el genocidio en Gaza que han inundado las calles de Londres y decenas de ciudades a lo largo y ancho de las Islas.
Con todo este viento a favor, hay que señalar que si bien el Partido Laborista consiguió 9,6 millones de votos y 412 diputados, Starmer no logró superar los 10,2 millones que Jeremy Corbyn obtuvo en 2019. Es decir, la inmensa mayoría de los votantes laboristas lo hicieron para sacudirse de encima a los tories, utilizando la herramienta electoral más factible para lograrlo, pero la confianza en las políticas capitalistas, militaristas y prosionistas de la actual dirección del laborismo está bajo mínimos.
Estos resultados no pueden hacernos olvidar que, pese a la derrota de los conservadores, que con 6,8 millones de votos y 121 diputados perdieron 244 escaños y un 51,5% de papeletas, fueron otras formaciones de derecha las que se hicieron con ese espacio. Los Liberal Demócratas con 71 escaños, 61 más que en 2019, lograron 3,5 millones de votos, el 12,2%. Pero fue sobre todo la formación derechista y nacionalista de Reform UK, encabezada por Nigel Farage, la que logró el trozo mayor: 4,1 millones, una cifra que solo se tradujo en 5 escaños por el sistema electoral británico, pero que en porcentaje total supuso el 14,3%. Un apoyo semejante con el sistema electoral francés, español o alemán habría representado más de 80 escaños.
Es decir, las fuerzas reaccionarias lejos de haber menguado sustancialmente sus apoyos lo han mantenido aunque de una forma diferente: se ha producido una redistribución hacia formaciones que mantienen una demagogia anti establishment acusada y un perfil racista y anti inmigración aún más virulento.
Los políticos del sistema alimentan a los fascistas. ¡Ninguna confianza en sus mentiras y demagogia!
Si nos explicamos el contexto es más fácil entender el envalentonamiento de las bandas fascistas en estos días. El programa político que Sir Starmer ha presentado, posicionándose del lado del sionismo y de la OTAN, y garantizando la continuación de las políticas de austeridad que estaban aplicando los tories, también es otro importante factor a la hora de inflar la audacia de estos elementos.
Como señalábamos, las condiciones materiales para que se den estos ataques no surgen de la nada. Los mismos políticos que hoy se llevan las manos a la cabeza ante los pogromos y la oleada de violencia fascista han estado alimentando este monstruo a través de discursos y políticas migratorias racistas. Una de las principales consignas que estas bandas de extrema derecha hacen suya, “detengan los barcos”, no es más que la que encabezaba la campaña de Rishi Sunak, líder de los tories, hace poco más de un mes.
En el Partido Laborista tampoco se quedan atrás. Yvette Cooper, ministra del interior laborista, aseguraba hace unas semanas que iba a ser más dura que Sunak en lo que a política migratoria se refiere anunciando una “ola” de redadas y deportaciones contra migrantes solicitantes de asilo. Sarah Edwards, diputada laborista de Tamworth, hace apenas una semana decía en el parlamento que “la gente de Tamworth quiere recuperar su hotel” y que “debería ser para las vacaciones” refiriéndose al Holiday Inn utilizado a día de hoy como refugio de solicitantes de asilo. Casualmente, unos días después el Holiday Inn se convirtió en objetivo de estos grupos fascistas. Por más que esta diputada ponga el grito en el cielo y se lamente de los ataques, es cómplice y responsable.
La respuesta policial de la que presume Starmer con más de 400 detenidos y su vehemencia a la hora de condenar estas acciones no es más que una coartada para sacudirse responsabilidades y poner el foco en otro lado. En primer lugar porque es el mismo Estado, que disemina las políticas racistas y antinmigración, que justifica la austeridad y el nacionalismo inglés más despreciable, el que utiliza a las bandas fascistas para esparcir su demagogia contra los más oprimidos y excluidos. La función política de estas organizaciones de extrema derecha para defender al sistema es más que evidente.
La clase trabajadora de Reino Unido lo tiene claro y la respuesta ha sido inmediata. El pasado 7 de agosto miles de personas se movilizaron en distintos barrios de Londres, Brighton, Liverpool y decenas de ciudades, para impedir la celebración de las marchas fascistas anunciadas días antes. De forma contundente, jóvenes y trabajadores migrantes, activistas antirracistas, militantes de organizaciones de la izquierda combativa junto a grupos de trabajadores del cuerpo de bomberos, ferroviarios y funcionarios públicos se hicieron con el control de las calles dispuestos a enfrentarse a estos matones.
De manera concreta se formaron embriones de grupos de autodefensa que acabaron convirtiéndose en manifestaciones de masas y en una demostración tangible de que la clase obrera no confía en el gobierno ni en sus fuerzas de seguridad para frenar a la extrema derecha.
Si los ataques fascistas en Reino Unido han interpelado a la clase trabajadora internacional, la respuesta su clase obrera y juventud nos llena de inspiración y nos muestra cual es el camino a seguir. Tenemos muchas lecciones que sacar de toda esta experiencia. El auge de la extrema derecha es una realidad a nivel internacional y es una consecuencia irremediable de la situación actual del capitalismo. Hay paralelismos con otros momentos de la historia, como en los años treinta del siglo pasado. Obviamente también hay diferencias significativas. Pero el hecho de que sectores desmoralizados y empobrecidos de la clase trabajadora, y millones de pequeño burgueses que se están haciendo de oro con la explotación de la mano de obra inmigrante y la ausencia de derechos laborales, converjan y se sitúen detrás de la demagogia de líderes y formaciones reaccionarias que alimentan estas bandas, requiere de una respuesta contundente.
La aplicación del programa de la burguesía y las políticas de austeridad por parte del Partido Laborista no harán más que ahondar más en la polarización que se expresa hoy en Gran Bretaña. Pero estas políticas y este escenario también crea amplias oportunidades para que las fuerzas del comunismo revolucionario puedan avanzar a condición de que levanten consignas correctas y un programa de clase, y se fundan con los sectores más avanzados que hoy están en primera línea de la batalla.
La lucha contra las bandas fascistas es la lucha por el derrocamiento del capitalismo, de su institucionalidad podrida, por acabar con su agenda de recortes sociales permanentes, por poner la riqueza que generamos con nuestro sudor y esfuerzo en nuestras manos de la única manera efectiva y coherente: expropiando a los ricos. Hoy como ayer, la lucha antifascista es la lucha por el socialismo.